domingo, 17 de enero de 2016

Oda al hombre en fiesta, por Clément Rosset




"¿Qué es el hombre en fiesta? En el teatro, en el baile, en el concierto, incluso en la guerra si se quiere, allí donde hay hombres de entre los cuales unos son espectadores y los otros están ‘en escena’, allí donde se da la unión de un silencio y una voz, la unión de una noche y una claridad, allí donde se tiene el sentimiento, confuso pero poderoso, de que se celebra en común el culto del misterio del hombre, encontraremos al hombre en fiesta.

>El día no es propicio para la revelación de tales esplendores. (...) No hay fiestas por la mañana. Las mañanas sólo son buenas para las misas, o en rigor para las conferencias científicas, los mítines políticos: para las 'pequeñas' fiestas. No es para ellas que vestimos nuestras mejores ropas, nuestras verdaderas ‘ropas de noche’, nosotros, los hombres trágicos. (...); [nosotros] que nos hemos deshecho de todos nuestros ‘hábitos diurnos’, ideas ‘serias’, ¡ideas superficiales! 

>Esta noche plena, este silencio pleno de todo aquello que se ha rechazado: la repentina inanidad de todo lo que nos preocupaba durante el día revela, por sí sola, el valor exclusivo de todo aquello que se desconocía un instante antes, como si la voz del silencio de lo inesencial dejara por fin oír, por la sola fuerza de su silencio, la única música de lo esencial.

>(...) Nuestra fiesta es antes que nada ese silencio, son en primer lugar todos esos hombres reunidos que callan: se tose en las misas, se tose en las conferencias, se tose en las reuniones, nadie tose en las fiestas. (...) Quién podría jamás turbar esa profundidad con las ideas miserables y las discusiones, más lamentables todavía, que nuestra fiesta ha relegado esta noche a la sombra y el silencio (...); ahora que todas las preocupaciones han cesado de preocuparnos, ahora que todo lo que constituía el interés de nuestra vida diurna y que nos interesaba abusivamente está abolido, todo aquello que constituía lo ‘serio’ de la vida... ¡resulta que ahora puede aparecer la gravedad! (...)

>Rostros graves e inmóviles, ése es el verdadero rostro del hombre en fiesta. Que nadie se engañe sobre la densidad de nuestras fiestas. (...)

>También se ríe en nuestras fiestas: nos liberamos del ‘sentido’ mezquino y superficial que asignamos a nuestros pensamientos y a nuestros actos, porque uno descubre allí que el hombre no es libre y que, en consecuencia, el ‘sentido’ de nuestra finalidad diurna vuela en pedazos (...). Somos liberados de la ilusión de que habríamos de ser los pilotos de nuestro navío, de que habríamos de trazar nosotros mismos una ruta, pues estábamos descontentos con nuestro pilotaje. No es que partiéramos contra los escollos ni que nos extraviáramos en las tinieblas; sabíamos pilotar muy bien, pero el pilotaje era aburrido...

>Pero ellos, los hombres del día, los hombres de la palabra, ¿aprenderán alguna vez los esplendores de la noche y del silencio? ¿Sabrán alguna vez que el silencio no se propaga sino para poner fin a los falsos sonidos del hombre, que la noche sólo está ahí para sumir en las sombras lo que debe sumirse en ellas? ¿Sabrán alguna vez que, durante el día, hay hombres sumergidos en un mundo; que durante la noche, ya no hay mundo alguno?

>¿Es posible que se ignore la profunda analogía entre la risa y la tragedia? (...) ¿No ven que la risa es de esencia trágica? (...) ¿Que la risa está enamorada de aquello de lo que ríe, es decir de lo trágico? (...) ¿no se ve que lo que hay de trágico es el automatismo, y que poco importa que sea 'cómico' o 'trágico', puesto que siempre es, por naturaleza, lo trágico mismo?

>(...) ¿no se advierte la profundidad de la preocupación de la que están impregnados esos danzantes? 

>(...) ¿Se comprende ahora la gravedad de nuestras fiestas? Ya se ría o se tiemble, en todo caso, se abandona la insipidez de esta idea de una finalidad libre. (...) Ésta es la finalidad prioritaria que se descubre en nuestras fiestas, y es por eso que se es tan feliz en ellas, tan atento (...); los amamos [a esos danzantes] porque tienen, en el momento de su danza, la aguda revelación, mucho más aguda que en los otros momentos de su existencia, de que son efímeros y mortales, de que sus padres están muertos, de que ellos mismos van a envejecer, de que probablemente la amiga con la que en ese momento danzan mañana perecerá en un accidente. Nuestra fiesta es la revelación sutil de lo trágico: es el velo de la felicidad que se desgarra... ¡y es por eso que estamos tan gozosos! (...) Pues, finalmente, río, yo que estoy ante el espectro de lo absurdo, que me doy de golpes con el automatismo, con la necesidad trágica (...); en ello estoy y para siempre.

>(...) Hombres serios, sacerdotes, filósofos, sabios, ¿sabrán alguna vez lo que es el hombre en fiesta?"



Clément Rosset; en La filosofía trágica (1959)